Aquello que comenzó como una pequeña chispa a principios del Renacimiento ha llegado a ser uno de los incendios más abrumadores que haya habido en toda la historia de la humanidad. Aún quinientos años después de que aquel monje de la orden agustiniana pegara sus Noventa y Cinco Tesis el 31 de octubre de 1517, se pueden observar con bastante claridad, no sólo las consecuencias de la influencia ideológica y espiritual que el protestantismo ha efectuado en occidente y el mundo entero, sino también que el cristianismo, aunque enfrentándose a distintas vicisitudes y problemas culturales, sigue siendo lo que el teólogo Alister McGrath ha denominado “la idea peligrosa” del cristianismo.[1] Pero, ¿cuál es esta idea peligrosa que Dios quiso recuperar en la Reforma Protestante? McGrath lo establece de la siguiente manera:
La nueva idea peligrosa, firmemente materializada en el corazón de la revolución protestante, era que todos los cristianos tienen la prerrogativa de interpretar la Biblia por ellos mismos. No obstante, en última instancia probó ser incontrolable, generando desarrollos que pocos en aquel momento pudieron haber vislumbrado o predicho. Las grandes convulsiones de los inicios del siglo dieciséis que los historiadores ahora llaman “La Reforma” introdujo a la historia del cristianismo una nueva idea peligrosa que dio lugar a un nivel de creatividad y crecimiento nunca antes visto…El desarrollo del protestantismo como una gran potencia religiosa en el mundo ha sido moldeada decisivamente por las tensiones creativas emergentes de este principio.[2]”
Esta “idea peligrosa” ha sido de vital importancia no sólo para poder llevar a cabo los cambios necesarios, tanto eclesiásticos como sociales, sino que también ha sido imprescindible para la extensión de reino de Dios en muchos sentidos, particularmente en tres puntos principales. En primer lugar, la “idea peligrosa” ha implementado el “sacerdocio de todos los creyentes”, lo cual ha establecido, a la larga, un mayor acercamiento del pueblo laico a las Escrituras. En segundo lugar, esta situación, a su vez, ha terminado con las pretensiones de infalibilidad que se adjudicaban las instituciones eclesiásticas, y ha dado rienda suelta al pensamiento genuino e individual de todos los creyentes basado primordialmente en el principio de Sola Scriptura. Finalmente, esta idea peligrosa ha hecho a la iglesia de Jesucristo humilde para aceptar errores y ser completamente dependiente de la guía de Dios.
Primeramente, conviene recordar que el catolicismo romano había sido víctima de un elitismo eclesiástico del más alto calibre. Por ende, no parece ser una aseveración tan desproporcionada el afirmar que—aunque sin duda alguna hubo crecimiento teológico en la Edad Media—las personas comunes estaban viviendo sus vidas con base en una interpretación que no podían siquiera pensar en cuestionar. La Reforma y el humanismo de aquella época fueron factores esenciales para poder escapar de rígidas y, en muchas ocasiones, erróneas interpretaciones basadas en los textos latinos.[3] Esto se llevó a cabo a través del principio luterano del “sacerdocio de todos los creyentes”, junto con el énfasis en la traducción de la Biblia a lengua vernácula.
En segundo lugar, es menester comprender que toda cosmovisión tiene un concepto de infalibilidad, ya sea explícita o implícitamente. Para el catolicismo romano, como se ha reconocido recientemente, la infalibilidad recae en la iglesia, y específicamente en el Papa y su interpretación de la Biblia. La Reforma cambió el concepto de infalibilidad del Papa y el magisterio en general a la Biblia en particular. Este cambio se originó a partir del pensamiento y fervor de los primeros reformadores, y ha sido una de las bases más importantes de la doctrina protestante, resumida en la frase latina “Sola Scriptura”.
Finalmente, a pesar de todas las consecuencias positivas que la idea peligrosa desatada por los reformadores ha traído, es bastante esencial notar aún otro aspecto: la humildad. El que ya no exista una sola interpretación impuesta por la iglesia institucional sobre todos los creyentes debe crear en nosotros un sentimiento de humildad, pues es posible caer en el error. Y, por esa razón, es de vital importancia el poder dialogar con otros creyentes tanto contemporáneos como aquellos que nos precedieron.
Ahora bien, estamos llamados a renovar nuestras mentes constantemente (Rom. 12:2). Indudablemente parte vital de lo que constituye la renovación de mente se logrará a través de la noble tarea de escudriñar las Escrituras por nosotros mismos para saber si no estamos viajando por las sendas correctas (Hechos 17:11). Sin embargo, Dios también ha constituido maestros con el fin de esclarecer las Escrituras para la iglesia (Efesios 4:11-16). Entonces, no es accidente que Martin Lutero cada vez más hablara de “la Biblia y Agustín” como las fuentes de sus ideas.[4] Así, el reformador nos muestra la imprudencia de descartar el trabajo de todos maestros de la iglesia que le precedieron.
Por lo tanto, creo que tenemos la responsabilidad de dialogar con aquellos grandes pensadores cristianos que nos precedieron para que podamos, con la ayuda de Dios, ser iluminado con muchas otras “ideas peligrosas”.
Existieron otras “ideas peligrosas” que los reformadores echaron en marcha que siguen siendo de suma importancia para el cristianismo actualmente. ¡Te invitamos a descubrirlas en la Coleccion Aniversario de la Reforma (4 vols.)
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